Mandala es una palabra de origen sánscrito y significa “círculo, disco o rueda”; es una estructura de diseños concéntricos que representan la composición fractal o repetitiva del universo y de la naturaleza.
Pero…. ¿sólo es eso?
Un mandala es mucho más que una simple figura; es una poderosa estructura que se organiza en torno a un punto central, desde donde fluye todo lo que se desea expresar. Este punto de origen se expande en círculos concéntricos, formando anillos que crecen en volumen, reflejando un universo en constante expansión.
En las culturas orientales, que nos dieron los primeros testimonios de la creación y uso de los mandalas, estos símbolos sirven como herramientas para silenciar la mente, guiando a quien los contempla hacia un profundo estado de meditación. Los hindúes fueron pioneros en utilizarlos con fines espirituales, aunque en Occidente los mandalas han ganado popularidad gracias a sus intrincados diseños y su conexión con el budismo.
Sin embargo, los mandalas trascienden cualquier religión o región específica. A lo largo de la historia, distintas culturas han creado representaciones geométricas similares, usándolas en diversos contextos, desde lo espiritual hasta lo cultural. Así, los mandalas son un puente entre lo material y lo inmaterial, uniendo a las personas a través de una simetría universal que trasciende el tiempo y el espacio.
Mandalas en el budismo
En el corazón del Tíbet, los mandalas de arena se erigen como verdaderas obras maestras, creadas por monjes budistas tibetanos. Estas complejas representaciones no son solo un despliegue de habilidad y paciencia, sino también un profundo ejercicio espiritual. A través de la creación de estos mandalas, los monjes aprenden lecciones vitales sobre el desapego y el fluir universal.
Para dar vida a estos mandalas, se utiliza arena o piedras finamente trituradas, coloreadas con tintes naturales. El diseño del mandala se estructura en cuatro cuadrantes, y un monje se encarga de cada sección. Durante días o incluso semanas, los monjes trabajan meticulosamente, llenando los espacios con la arena coloreada, hasta que el mandala finalmente cobra forma.
Sin embargo, una vez terminado, el mandala es destruido en un acto simbólico de impermanencia. La arena es cuidadosamente barrida, guardada en un frasco y lanzada a un río cercano, permitiendo que vuelva a integrarse a la naturaleza. Este ritual final refleja el ciclo continuo de la vida, recordándonos la finitud de todas las cosas y el eterno fluir del universo.
Mándalas en el taoísmo
Otro ejemplo de mandala en la cultura oriental es el símbolo “yin y yang”, donde los extremos confluyen en un círculo que representa la dualidad que existe en todo lo creado, según los principios del taoísmo.
El taijitu, nombre del símbolo yin y yang, es un tipo de mandala.
Al yin se le atribuye lo femenino, la tierra, la oscuridad y pasividad. Mientras que el yang representa lo masculino, el cielo, la luz y lo activo. Estos dos fuerzas fundamentales son complementarias y necesarias para mantener el equilibrio en en el universo..
Mándalas en la cultura nativa americana
Los indígenas nativos del norte de Estados Unidos y el sur de Canadá nos legaron las fascinantes «ruedas de sanación» o «ruedas medicinales». Estas obras de arte y espiritualidad se componían de un círculo central de piedra, que se conectaba con un círculo más grande a través de radios o líneas, también formadas por piedras. Cada rueda reflejaba una profunda conexión con la naturaleza, integrando los cuatro puntos cardinales (norte, sur, este y oeste), un color asociado, los elementos (fuego, aire, tierra y agua) y los animales y plantas sagradas de la tradición.
Más allá de su uso medicinal, estas ruedas servían como espacios sagrados donde se realizaban rituales iniciáticos, cargados de simbolismo y poder espiritual.
Los aztecas, por su parte, también crearon mandalas, siendo su calendario uno de los ejemplos más impresionantes. Este calendario refleja los principios fundamentales de los mandalas, partiendo de un círculo central del cual irradian figuras de manera repetitiva y armoniosa.
A través de estos mandalas, los aztecas representaban la bóveda celeste, la creación del hombre y el camino que cada persona debe recorrer a lo largo de su vida para alcanzar la plenitud. Cada diseño, cada detalle, era una invitación a comprender el universo y nuestro lugar en él.
En conclusión, los mandalas son mucho más que simples patrones geométricos; son puertas que nos conectan con lo sagrado, reflejando las creencias, aspiraciones y entendimientos de diversas culturas a lo largo del tiempo. Desde los templos tibetanos hasta las tierras de América del Norte, estos símbolos universales han guiado a la humanidad en su búsqueda de equilibrio, sabiduría y armonía con el cosmos.
Cada mandala, en su complejidad y simetría, nos invita a explorar el orden que subyace en el caos aparente de la vida, recordándonos que el camino hacia la plenitud no es lineal, sino que se despliega en círculos, al igual que el universo en expansión. Así, contemplar un mandala es más que observar una obra de arte; es sumergirse en un viaje hacia el centro de nuestra propia existencia.